jueves, 22 de junio de 2017

“VIVRE ENSEMBLE”

         
Por Gabriel Rodríguez Bustos (Chile). Periodista y Licenciado en Comunicación Social de la Universidad de Santiago, académico y escritor. Entre sus creaciones destaca “Colonia Dignidad: Los Crímenes de la Secta”. Actual concejal de la comuna de San Javier, Región del Maule




NERUDA Y EL MAULE

DE NEFTALI REYES BASUALTO A PABLO NERUDA

 

Me han pedido exponer sobre uno de los más grandes poetas de nuestro país y el mundo nacido en nuestra región del Maule. Lo hacemos desde el corazón de la provincia, cercados de viñas y arrozales, donde estuvo la aldea rural que vio nacer a nuestro Pablo  hace ya 110 años. Los últimos vestigios de la casa natal fueron torpemente destruidos hace poco más de 10 años. 

A escasas cuadras de este lugar podemos visitar la tumba de su madre, muy probablemente el ángel tutelar de su poesía. Los vagos antecedentes sobre la figura de la maestra que fue doña Rosa Neftalí  Basualto hablan de su amor por las letras. Como tantos, en esos años de aun precarios servicios de salud, la madre de nuestro nobel cayó fulminada por la TBC a un mes de haber nacido su único hijo.

Aquí en la provincia, donde aún el aire guarda el aroma de los campos y las flores y la gran industria no ha llegado a oscurecer el cielo y envenenar las aguas, es posible respirar el hábitat vital del poeta. Criado por su abuelo paterno en el fundo Belén, su primera infancia estuvo íntimamente unida a la vida del campo y a los ciclos de la naturaleza. A los seis años su padre lo trasladó a Temuco, llenando su infancia de insectos, piedras, bosque en infinito crecimiento y las mil formas en que la vida silvestre se multiplica.

Es en este Sur de Chile, en los andenes de los viejos ferrocarriles a carbón, en las tierras pobres de los pequeños agricultores bautizados con nombres bíblicos, en la lluvia incesante y demoledora que martillaba las tejas cuando su padre violento regresaba al hogar a medianoche, que Ricardo Eliecer Neftalí se nutrió de imágenes, vivencias y sensaciones para volcarlas en su poesía telúrica, material, profundamente sensual e intransablemente hermana de los hombres.

En la casa de Temuco el adolescente Neftalí Reyes descubrió un viejo baúl donde “había un retrato de mi madre. Era una señora vestida de negro, delgada y pensativa. Me han dicho que escribía versos, pero nunca los vi, sino aquel hermoso retrato” (1)


En los veranos llegaba hasta Parral con su padre, conductor de trenes para visitar el fundo Belén y a su abuelo que vivió 102 años “entre Parral y la muerte”.
Sobre su abuelo parralino escribió:

”Era un gran caballero campesino.
Con poca tierra y demasiados hijos
De cien años de edad lo estoy viendo:
Nevado era este viejo, azul era  su antigua barba
Y aun entraba en los trenes para verme crecer,
En carro de tercera
De Cauquenes al Sur…
Su mano de cien años levantaba el vino
Que temblaba como una mariposa”.

Los pueblos blancos y polvosos se adhirieron a sus pupilas y a su sangre. El vino “que nace de los pies del pueblo” se quedó en su mesa. Los poetas pobres y sin nombre, las bravas mujeres del pueblo fueron su mejor escuela para su poesía trenzada de urgencias, voluptuosa, regional, dolorosa y festiva,  cenital y terrestre. Su amada “mamadre”, también parralina, le confeccionaba calzones con sacos harineros y seguramente fue ella quien lo salvó del desastre de ser un niño pobre y solitario, un eterno provinciano junto a su caldillo de congrio.

“Y de allí soy, de aquel
Parral de tierra temblorosa,
Tierra cargada de uvas
Que nacieron
De mi madre muerta”.(2)

Un gran crítico literario lo llamó con razón “El Viajero Inmóvil”, apelando a este incansable pasajero que a pesar de recorrer el mundo y visitar cientos de aldeas, llevó siempre en su alma el aroma del Sur de Chile, la visión de sus cordilleras, de su encabritado y frio mar, la fruición por los platos populares, las cocinerías de los mercados y el triste destino de los explotados, condenados desde el nacimiento a la miseria, el conventillo, la ignorancia y la precoz muerte.

“Oh dulce mamadre
-nunca pude
decir madrastra-
ahora mi boca tiembla para definirte,
porque apenas abrí el entendimiento
vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro
la santidad más útil:
la del agua y la harina,
y eso fuiste: la vida te hizo pan
y allí te consumimos” (3)

Desde Parral, carne de parras y desde el húmedo Temuco nuestro Pablo Neruda, seudónimo elegido para evadir su actividad poética del enojo de su padre, se fue a Santiago para asistir a algunas clases de francés en el Pedagógico.  Tiempo de anarquía juvenil, de bohemia, de hambre e ilusiones, de amores, de pensiones tristes y malolientes, de crepúsculos en la calle Maruri.

Luego siguieron sus aventuras en el Lejano Oriente, la soledad más recóndita, sus versos más oscuros, para despertar en España llorando la muerte de Federico, la Casa de las Flores, los aviones nazi- fascistas, el exilio…

Tal vez la vida obligó a nuestro Pablo a un eterno exilio. Aun en la capital de Francia que amó entrañablemente, o en los grandes salones de México o la fenecida URSS, el poeta añoró siempre los juguetes de su infancia, el aroma de los campos arrasados por la lluvia, el incesante crepitar del fuego en las leñeras. La vida es lo que elegimos, pero también lo que la conciencia impone, lo que las circunstancias exigen. Y después de ver la sangre por las calles de España, la vida de nuestro Nobel se convirtió en palabra y en causa, en militancia y en ausencia, en rápidos viajes a su provincia amada y en largas desapariciones, en extraños peligros y feroces persecuciones, en audaces campañas y en no sé qué tan quiméricas esperanzas.

Y en el fondo de su baúl repleto de juguetes y regalos, su única y leal amante fue la poesía, su mejor herencia, su amada infatigable y fiel, la palabra que emocionó a los hombres rudos del salitre y sigue emocionando a quienes soñamos con que un día el  planeta sea la casa amable de todos los hombres.

“La poesía es insurreccional” dijo el poeta, como lo es la primavera. Poesía de cebollas, de aire, de piedras sagradas. Poesía que desgrana los misterios del amor y denuncia las vergonzosas dictaduras latinoamericanas, hechas de crueles tiranos y tumbas sin nombre.

Es poesía de pájaros en vuelo, de maremotos, héroes y revoluciones inconclusas.

Con esa amada y con Matilde viajó otras muchas veces a Parral a dar recitales, a reunirse con su familia y sus amigos para soñar un nuevo Chile.

Porque a pesar del premio Nobel, de los Doctorados Honoris Causa y la traducción de su obra a todos los idiomas, nunca dejó de ser el hijo de un agricultor de Parral convertido en conductor de trenes y una maestra rural que quiso cambiar el mundo porque nació poeta.

Citas tomadas de  los siguientes poemas del Poeta Pablo Neruda:

1. Aun, XIX

2. Confieso que he vivido

3. “Donde nace la lluvia”

4. “La Mamadre”

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